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Anita pasa la noche fuera de casa

Anita pasa la noche fuera de casa
Apenas llegamos a casa después de escapar de la casa alquilada en la costa; recibí, como yo esperaba, una llamada de Eduardo.

Me advirtió riéndose a carcajadas que era imposible escapar de él.
Pero agregó que dejaría descansar unos días el culo de mi esposa; porque después volvería a usarlo a su voluntad y yo no podría hacer nada para evitarlo.

El descanso duró casi toda una semana. Entonces una noche me llamó ese turro; para decirme que preparara a Anita para el día siguiente; ya que a las dos de la tarde pasaría a buscarla por casa su amigo Sergio, el verdulero…

Me advirtió que Ana debería vestirse de una manera sexy pero conservadora a la vez, como si fuera una mujer de negocios, con una pollera ajustada que le marcara las formas, camisa blanca y por supuesto medias negras de nylon y unos buenos tacos altos.

Le pregunté dónde iríamos, pero el hijo de puta me contestó que mi mujercita iría sola esta vez, yo debería esperarla en casa y si no me gustaba, tendría que aguantarme o hacerme una buena paja.
Comencé a insultarlo, pero me interrumpió la comunicación.

Cuando llegué a casa encontré a Ana en la ducha; el tipo ya la había llamado también para que se preparara. Ella cantaba feliz bajo el agua. Salió desnuda, secándose con una gran toalla y se acercó ronroneando al verme allí en la cocina.

La atraje hacia mí y le acaricié esa perfecta cola, humedeciendo un dedo para metérselo sin demasiados preliminares en ese delicado orificio trasero que tanto me volvía loco.

Ana se sorprendió y dejó escapar un leve gemido; realmente estaba muy estrecho ese pequeño agujero, pensaba que entre esos dos brutos la iban a destrozar a sus anchas y esta vez no me permitirían presenciarlo.
Mi mujer se desprendió del abrazo y me adivinó las intenciones.
Me advirtió que me dejaría que le preparara la cola para la noche.

Entonces me puse loco y quise alcanzarla, pero ella fue más rápida y en un segundo estaba arriba encerrada en nuestra habitación. Me quedé sentado mirando un poco de televisión, tratando de no pensar en otras imágenes que iban a suceder por la noche.

Un rato después bajó Ana. Estaba increíblemente sexy, con una camisa blanca de volados y una chaqueta oscura, una pollera tubo con un tajo que dejaba ver sus hermosas piernas enfundadas en medias negras y por supuesto unos tremendos tacos aguja…

Desfiló para mí y me dijo que todavía teníamos una media hora para esperar a que vinieran por ella. Me levanté de un salto mientras comenzaba a arrancarme la ropa, mientras ella felinamente se inclinaba sobre el respaldo del sillón principal.

Se levantó muy sensualmente la falda ajustada, dejándola arrollada en su cintura y entonces pude apreciar ese perfecto culo que otros disfrutarían más tarde.
Por supuesto no llevaba ni siquiera una mínima tanga y su estrecha abertura trasera brillaba por el gel dilatador que se había colocado antes de dejar nuestro dormitorio.

En menos de dos segundos le penetré ese estrecho culo hasta el fondo en una sola embestida, mientras sentía que mi rígida verga se endurecía cada vez al escuchar sus gemidos y jadeos.

Sabía que no le dolía, sus gemidos de perra en celo me indicaban que estaba gozando con mi pija entrando y saliendo de su culo.

Ella alcanzó un audible orgasmo mientras se acariciaba el clítoris y casi enseguida llegué al mío, ya que la excitación esta vez pudo más que las ganas de seguir sodomizándola.

Exploté dentro de ella y fui calmándome de a poco, recuperando la respiración, mientras sentía que mi esposa se deslizaba hacia adelante, giraba para besar la punta de mi verga y entraba al baño para limpiarse un poco y acomodarse otra vez la ropa.

Apenas me había repuesto, cuando sonó el timbre de calle.
Era el verdulero, bastante puntual esta vez.
Apenas me saludó y se le iluminó la cara de bruto cuando vio a Ana parada delante de él. Avanzó hacia ella y le comió la boca en un beso prolongado, mientras la abrazaba por la cintura y le sobaba el culo con una de sus rudas manos.

Mi esposa dijo que ya estaba lista, solamente necesitaba proveerse de condones en algún lugar, ya que estaba ovulando y quería mantener sexo seguro con ellos; pero el tipo sonrió:

“No hace falta; esta noche te va a quedar sólo la cola ardiendo”.

Ana sonrió también y me hizo un guiño cómplice, recordándome dolorosamente que otras vergas erectas y más grandes que la mía iban a disfrutar sin límites de ese hermoso cuerpo.

Los despedí en la puerta y me dediqué a mis cosas, tratando de poner la mente en blanco con respecto a Anita y sus amantes.

Me acosté bastante tarde y recién a las cinco de la mad**gada apareció Anita en la habitación. Encendí la luz para verla y me preocupó el estado calamitoso en que se encontraba.

Se había ido con los cabellos prolijamente sujetados en un rodete, como si fuera una secretaria ejecutiva; ahora su pelo estaba revuelto, con manchas blancuzcas de algo que debía ser semen.
Tenía el maquillaje corrido manchándole su hermosa cara; los labios se veían hinchados, como si se los hubieran mordido
Varios rasguños y magullones oscuros surcaban su delicado cuello, como si hubieran intentado estrangularla.

Las medias de nylon estaban desgarradas; a la camisa le faltaban todos los botones y la pollera estaba tan rota, que ya no se distinguía ni siquiera ese tan provocativo tajo original.

Realmente la habían usado y abusado con brutalidad, sin duda.

Me acerqué para besarla pero me rechazó, diciendo que todavía tenía gusto a semen en la boca.
Sonrió levemente y me pidió que la acompañara a darse un baño de inmersión, así podría relajarse y contarme todo lo sucedido.

Mientras bajaba detrás de ella, que caminaba muy despacio y con bastante dificultad, no podía dejar de pensar en todo este morbo que nos había invadido a los dos…

Pero mi verga ya estaba despierta, ansiosa por escuchar cómo mi mujercita había pasado la noche…

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