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Con la sorpresa dentro – Segunda parte

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Con la sorpresa dentro – Segunda parte
Segunda parte:

—¿Y estás segura de que él estará dispuesto a…? —Martha le cuestionaba a su amiga Paty, aún muy nerviosa e insegura.

Ambas iban en busca de Pierre. Pese a que Martha aún vacilaba, Paty caminaba muy resuelta. Aquél tenía un chalet en el nevado. Un lugar privilegiado y acorde a su carácter, pues solía esquiar como uno de sus deportes favoritos. Ahí habían sido la mayoría de sus encuentros con Paty, alejados del ruido de la ciudad, y de la posibilidad de que su esposo los descubriera. Y ahora ella misma llevaba allí a su amiga para que, al igual que a ella, la inseminaran.

Pero ambas se llevaron una sorpresa…

El hombrote era un varonil espécimen de obvia ascendencia negra. Todo músculo y porte, lo que las dejó tan impactadas que permanecieron ahí, estáticas y mudas por un segundo.

—Ah… este, buscábamos… es decir, ¿está Pierre? —dijo al fin Paty.

—No, amiga. No está, salió —le dijo el hombre con cordialidad.

—Y, ¿regresará pronto?

—No lo creo. Salió fuera del país. Le llamaron para una campaña publicitaria… ya sabes, un bomberazo para trabajar como modelo. Por eso me dejó su casa por unos días.

Las dos mujeres se miraron. Paty se sentía decepcionada, sin embargo, su amiga Martha estaba agradecida de no haber hallado a Pierre. Creyó ver en ello una señal del cielo que le indicaba que no era correcto el que…

—Pero pasen, está haciendo un frío que cala —les dijo el hombre.

—No, yo creo que mejor nos vamos, ¿verdad Paty? —inmediatamente respondió Martha.

—Bueno, no es cortés rechazar una invitación —no obstante, dijo Paty y, muy avivada, entró, haciendo que la amiga se sintiera obligada a hacerlo también.

Mientras que Antoine, su anfitrión, había ido por algo de beber; dejándolas en la sala, Paty reveló sus verdaderas intenciones cuando Martha le cuestionó:

—¡¿Qué estamos haciendo aquí, Paty?! Ya debimos habernos ido. Pierre no está, ¡esto se acabó!

—Ay, Martha. Una oportunidad así no la podemos desperdiciar —dijo la otra.

—¿De qué estás hablando Paty? —pronunció Martha con expresión irritada, pues ya intuía lo que su amiga traía en mente.

—¡Qué va a ser! ¡Es un negrazo! ¡¿Qué no es obvio?! —expresó en voz baja pero muy excitada—. ¿Tú sabes la fama que tienen? —dijo, a la vez que hacía un ademán con ambas manos que expresaba gran longitud.

—¿No estarás pensando en…? —dijo Martha.

—Ay, es que yo quiero experimentar, ¿qué tú no? ¿Dime, cuándo vamos a tener una oportunidad así?

—No Paty, ¡cómo se te ocurre! Y luego tú, en tu estado.

—Ay, pero eso no me impide gozar de…

—Shu shu; cállate, cállate, que ahí viene —advirtió Martha.

Antoine regresó.

—Aquí les traigo unos cócteles que espero disfruten —les dijo Antoine.

—Ay, pero no te hubieras m*****ado, mira, la verdad, yo no bebo, y mi amiga pues está… —dijo Martha, con la máxima cortesía, aunque la otra la interrumpió.

—Ay amiga, un sorbo no nos va a hacer daño —y tomó la bebida ofrecida.

Fue así como los tres bebieron y charlaron un rato.

—¿Así que tú también modelas? —preguntó Paty a su anfitrión.

—Sí, también trabajo como modelo, así conocí a Pierre. Fue en una campaña para Calvin Klein donde ambos coincidimos.

Gracias a tal charla se generó gran confianza.

Cuando ambas mujeres salieron de ahí, minutos más tarde, Martha se sintió aliviada de que Antoine fuera todo un caballero y no pasara nada inapropiado. No obstante, días más tarde…

—Pero ¿por qué lo hiciste? —muy indignada, le preguntaba Martha a Paty.

—Nunca había estado con un negro, y… quizás, nunca más lo estaré… no lo sé. Además ya te lo había dicho, tenía ganas de experimentar. Y créeme, valió la pena. Antoine es lindísimo. Todo amable y cuidadoso.

A Martha no se le quitaba el impacto en la cara ante lo ocurrido.

—Pero… ¿Y tu bebé?

—El bebé está bien, me acabo de hacer un ultrasonido, y no hay problema con él. Te lo aseguro —dijo Paty, tratando de tranquilizar a su amiga.

Paty por fin había cumplido su deseo, se había “comido” el negro pedazo de carne que Antoine llevaba entre pierna y pierna.

—Había soñado esto desde que te conocí —había dicho Paty, una vez estuvo de rodillas frente a Antoine—. Ay Dios mío, es gigante —luego dijo, al ver el tamaño del morzolote.

Lo estrechó con ambas manos y lo manoseó como nunca había hecho con pene alguno, deslizando sus palmas una a una por toda aquella gruesa largueza, una y otra vez. Luego le sopesó los negros y grandes testículos, los cuales estaban totalmente depilados, así que se agasajó acariciando la suave piel que los cubría, tal como lo haría meses más tarde con la tierna epidermis de su bebé.

Paty se metió; no sin cierto esfuerzo; la cabezona punta del glande en la boca, demostrando su natural lujuria de hembra descascada. Estaba casada, e iba a ser madre, pero no por eso dejaba de ser mujer, y una muy lujuriosa.

Como no dejaba de manipular el falo con intensidad, hacía que Antoine se balanceara de atrás a adelante cada que ella lo jalaba.

No le cabía más que el glande en la boca, pero compensaba aquello dándole lengüetazos a todo lo largo del fuste.

Más tarde, Antoine le devolvió similares caricias al darle lengua en aquella raja que lo pediría a gritos si pudiera. La tremenda verga fue la siguiente en tocar la entrada vertical, dando chasqueantes golpes, tal cual como una pesada aldaba a una puerta, para avisar de su inmediato arribo.

—Despacio, muy despacito; por favor —solicitó Paty, pues, pese a su lujuria, era consciente de lo que estaba por entrarle.

—No te preocupes, lo haré con cuidado —le respondió sonriéndole Antoine.

La cabezona se abrió paso de poco a poco, estirando los pliegues vaginales que se dilataron al máximo para dejarla pasar.

—¡Ay, es tremenda! —gritó ella.

La primera metida fue difícil; la más dolorosa. Aunque, no mucho después, la gruesa y larga traza de carne entraba y salía con la mayor rapidez y lubricidad.

Ella no dejaba de gritar de satisfacción sexual, a la vez que no dejaba de sobar su clítoris.

Cuando Antoine se la montó encima, Paty sintió por primera vez en su vida lo que era montar a un negro macho todo entero, y para ella sola, siendo esto demasiado.

—Ay, ya no aguanto. Ya me cansé —dijo ella, al llegar a su límite.

—Aguanta, aún nos falta —le respondía el otro, bien consciente de que aún le faltaba bastante para eyacular.

Los grandes testículos que brincaban en cada arremetida chocaban con la pelambruda entrada, y esto provocó las más intensas sensaciones en la vulva de la hembra.

Así como estaba, toda excitada por tan beneficiosa experiencia, Paty se vio interrogada por Antoine, a quien, acostumbrado a tales faenas, no le faltó ni un segundo el aliento para preguntarle:

—Oye, ¿y qué con tu amiga?

—¿Qué…? ¿Qué de qué…? —respondió Paty entre pujidos.

—Sí ¿Qué, hay de ella? ¿Qué no va a venir a visitarme ella también?

Una sonrisa surgió, en medio de éxtasis que evidenciaba el rostro de Paty.

—No, qué va… ella no…

Y fue ahí cuando…, entre gemidos y aullidos de placer; a punto del venidero orgasmo; Paty le contó sobre el marcado carácter moralino de Martha. Según sus propias palabras, Martha jamás haría tal cosa.

Antoine, no obstante, no cejó, pues estaba decidido a ayuntarse también a la amiga. Fue por esto que él aprovechó cierta información importante que Paty le confió: la especial necesidad de su amiga, su deseo de ser madre.

Por ello:

—…ves, la profundidad de la penetración y el ensanche es mayor. Es por eso que los hombres de raza negra tenemos mayor probabilidad de embarazar a una mujer, no te estoy mintiendo, míralo por ti misma —Antoine le decía a Martha, tiempo después, mientras le mostraba en la pantalla de su celular un particular artículo sobre fecundación.

Martha miraba aquellas imágenes aún escéptica. Su cerebro se negaba a aceptar la idea, pero, en el gráfico que en ese momento observaba, se comparaba la penetración de un pene promedio a lado de uno más largo y…

…y claro, tenía sentido. Un pene normal soltaría los espermas apenas a la entrada de la vagina, en cambio, uno más largo y potente los expulsaría más cerca del útero. Dando un mayor chance de que los espermatozoides sobrevivieran el viaje, pues les quedaría más corto.

El artículo de internet apoyaba la propuesta de Antoine con imágenes y cifras. Esto terminó por hacer mella en el cerebro de Martha, pues Antoine le hablaba con la sabiduría de estar bien enterado de que el esposo de ella era estéril, así que no podría tener hijos sin ayuda externa. Ella lo consideró por un segundo, sin embargo, al final se negó.

—¿Qué, es porque soy negro? —le cuestionó aquél.

—No, no. Claro que no —respondió Martha, no queriendo verse racista.

Aunque ese era el principal motivo de su negativa. Una cosa era embarazarse de Pierre, con él no habría problema pues su hijo podría hacerlo pasar como hijo de Jorge, su marido. Pero la posibilidad de dar a luz un bebé negro era cosa muy distinta. Esto bien lo sabía Antoine, pues no era tonto y se daba cuenta de lo obvio, así que lo utilizó a su favor.

—Mira, entiendo que no deseas tener un hijo negro pero…

—No, no, no es eso, es sólo que… —ella respondió avergonzada.

—Escúchame, lo entiendo…

Y fue así que él le expuso su plan:

—…En primer lugar dile la verdad a tu marido.

—¿La verdad?

—Sí, dile que él es estéril. Muéstrale los resultados de los análisis.

—Pero Jorge me reclamará el porqué no se lo había dicho antes.

—Pues dile que no hallabas cómo decírselo, que no querías hacerlo sufrir. Que te faltaba valor, además de que eso te afectó mucho, lo cual es verdad, ¿o no?

Martha asintió.

—Sí, claro. Pero y luego.

—Sabiendo esto estoy seguro que tu marido te apoyará a tomar una alternativa.

Fue así que:

—¿Inseminación artificial? —Jorge le preguntó receloso a su esposa.

—Sí, he pensado que es lo mejor.

—Pero también podríamos adoptar —comentó Jorge.

—La inseminación artificial es la mejor opción. Estoy decidida —declaró Martha a su marido, con total seguridad para que aquél se viera conminado a aceptar.

Luego le contó que con ayuda de Paty había dado con una clínica especializada, la mejor del país. Estaba retirada, pero era excelente, así que valía la pena el viaje. Sólo que tendría que pasar unos días allá, pues el tratamiento así lo exigía, era una especie de retiro sólo para mujeres.

Ante las dudas e incertidumbre de su marido, Martha enfatizó:

—Pero no te preocupes, me acompañará Paty.

—Oye, pero no crees que… —no obstante, insistió, algo incómodo, Jorge.

—¿Qué, no quieres que yo sea feliz? —y así terminó el debate.

Por supuesto que Jorge, como el buen marido que era, deseaba la felicidad para su mujer, así que la apoyó en su camino de conseguirlo.

—Bueno, parece que ya llegó la pizza —dijo Antoine.

—Ah, pero bueno. ¿Qué como modelo no llevas una dieta especial? —comentó Paty

—Sí, pero de vez en cuando algún gusto me he de dar, ¿qué no? Además hoy voy a necesitar energía —respondió Antoine mirando a Martha quien se sonrojó.

—A ver, déjame ver el artículo otra vez —le dijo Paty a Martha.

La primera había acompañado a la otra para brindarle seguridad y confianza, como la buena amiga que era.

—Oye, pues como que si tiene sentido, eh —dijo Paty al leer el articulo de internet—. Al tenerla más larga, la deposición se realiza más cerca de…

—Shu shu shu. ¡Cállate, que me avergüenzas! —reaccionó Martha.

—Ahora no te vayas a echar para atrás —dijo la otra.

—Es que…

—Amiga, los años se nos pasan y, si de verdad estás decidida a tener un hijo, no deberías dejar pasar más el tiempo. Ahora tienes una excelente oportunidad. Y disculpa que te lo diga, pero no nos hacemos más jóvenes —expresó Paty, con ruda franqueza.

Con la comida siguieron bebiendo. Luego Antoine las invitó a jugar cartas. Paty fue la que planteó que el pago de las apuestas se hiciera mediante prendas.

Tiempo más tarde, Paty y Antoine habían quedado en prendas menores. Martha, sin embargo, se defendió bastante bien, y casi no dio prenda alguna. En poco había dejado al negro muchacho en la pura trusa.

—Caray amiga, te lo has llevado todo —dijo Antoine, cuando Martha reveló que le había ganado la última de sus ropas.

Paty, quien ya sólo era espectadora en esa partida, pues había perdido toda su ropa para ese momento, dijo:

—Prepárate Martha, porque vas a ver lo que es carne de verdad. Antoine se carga una que qué bárbaro… —comentó Paty, ya un tanto tomada.

—No le hagas —le respondió la otra, sonrojada, expectante, nerviosa y un tanto animada también por la bebida; aunque con plena sonrisa en cara debido a su estado emocional, ya que de verdad estaba disfrutando la particular situación que estaba viviendo.

—¡Aaaahhh…! —Martha gritó histérica al ver aquello, y automáticamente se levantó del sofá como si quisiera escapar de allí llena de espanto.

Antoine, sin embargo, se hizo cargo de la situación. Parado frente a ella, no sólo no la dejó retirarse, sino que la conminó a que lo tomara entre sus manos para que se diera cuenta de que aquello no le iba a hacer daño.

Aquella negra tremendura colgaba oscilante, como algo irreal, Martha no podía creerlo.

—Anda, tómalo —insistió Antoine.

Desinhibida por el alcohol, Martha se atrevió (aunque con cierto recato) a llevar una de sus manos al “monstruo”; tal como ella lo nombraba en su cabeza para ese momento. Lo tocó apenas, como si estuviera palpando a una serpiente, o algo igual de amenazante.

—Tómalo con confianza, no te va a morder —le animó Antoine.

Una risilla escapó de la boca de Martha y por fin lo estrecho en su palma abierta, como si estuviera tomando a alguien del brazo. De pronto cayó en cuenta de tal semejanza y rio a la vez que movía aquel “brazo” de arriba abajo, como si de un saludo de mano se tratara.

Antoine y ella se sonrieron.

Pese a sus dudas, temores y demás inseguridades, Martha por fin se había convencido. Lo haría con Antoine sólo para concebir un hijo… bueno, en realidad no sólo por eso.

Antoine era, por mucho, la mejor opción para ser el padre de su hijo. Muchas eran sus cualidades: su salud; su condición física; su atractivo evidente; su decente trato, pero la que le había resultado definitiva era que la hacía reír, la hacía reír pese a la situación que en ese mismo instante estaba viviendo y por ello le daba confianza.

Sonriendo, y con las mejillas coloradas, vio a su amiga, como si necesitara de su aprobación. Paty, entendiendo a su amiga sin necesidad de palabras, dijo:

—Bueno chicos, ya es muy tarde y estoy un tanto bacana así que los dejo, me voy.

Paty se despidió de cada uno con un beso en la mejilla, pero, cuando se lo dio a su amiga, le dijo al oído:

—Mucha suerte. Y no tengas miedo, ten en cuenta que, si en verdad quieres un hijo… al menos si lo quieres tener por parto natural, tendrás que soportar algo mucho más grande saliendo por ahí —y le señaló su parte inferior.

—Ay Paty, te pasas, qué cosas dices —respondió Martha.

Luego de que su amiga se retirara, Martha, quien hasta ese momento no se había percatado, tomó consciencia de que, desde que lo tomó, no había soltado aquel grueso y negro vergón. Lo jaló, más por instinto que a consciencia y Antoine se meció hacia ella, como si de un caballo se tratara, un caballo al cual lo tiraban de la reata para llevárselo a montar, pues así sucedió.

Ya en la recámara, Antoine y Martha se besaron. Tras despegarse de los gruesos labios del hombre quien estaba dispuesto a preñarla, Martha saboreó los suyos propios, como degustando el sabor que se había impregnado en ellos.

Empero, a Martha le arribó el miedo nuevamente al observar que estaba por asimilar ese falo “monstruoso” en su propio cuerpo. Antoine, sin embargo, la tranquilizó:

—Ten calma, te enseñaré una serie de ejercicios antes que nos apareemos, éstos te ayudarán adecuando tus entrañas para recibir mi pene. No te preocupes, que yo entiendo tus miedos. Pero créeme, no hay de qué temer.

Gracias a su celular, Antoine le mostró un video a Martha, el cuál ilustraba sus propias indicaciones.

—Esta postura de yoga incluso estimulara tu aparato reproductor para que esté dispuesto a recibir los espermas, y así facilite la procreación —Antoine le dijo, a la vez que le ayudaba a flexionarse.

La negra verga entró y Martha sintió dolor, pese a todo, claro, pero la experiencia única en su vida fue más grande que ello. No tardó en experimentar el placer que sólo un hombre así podría brindarle, uno que la llenaba por completo, y que llegaba hasta donde ningún otro le había llegado antes. Su marido jamás la dilataría así, bien lo sabía ella.

—¡Ay Dios, ay mamita…! —gritó Martha, sin poder contenerse—. ¡…me estás…!

—Te estoy llenando —completó Antoine, sabedor de lo que le estaba haciendo.

La otra asintió y le sonrió.

Y si bien le embutía el miembro sin ningún temor, Antoine tuvo la amabilidad de moverse milímetro a milímetro, no dejándosela ir de un solo golpe. Él bien sabía que la estaba expandiendo más allá de lo que ella estaba acostumbrada.

—¡Carajo… se siente… mmmhhh! —gritaba Martha, minutos después, cuando Antoine ya la bombeaba libremente, con aquel líquido lubricante que ella misma expulsaba de la jugosa vagina.

Más adelante, cuando la puso en cuatro, el virote ya le entraba con más holgura que al principio.

—Me voy a venir… Me voy a venir —expresó con la mayor honestidad Martha.

Antoine tuvo la cortesía, en ese crucial momento, de hacerle caricias clitorales que le socorrieron en su venida.

Totalmente abatida, Martha se fue de espalda contra el pecho de su atacador trasero, quien no dejaba de manipular su clítoris ágilmente, mientras se la seguía metiendo. Ella se sostuvo del fuerte brazo del macho que la horadaba y acariciaba a la vez. Sus piernas temblaron como nunca antes.

—¡Aaahhh…! —expulsó ella.

Y es que, efectivamente, Martha había sentido aquella esperma hirviente llenándole las entrañas.

Antoine la llenó por completo, al igual que lo había hecho con Paty, días antes. Sin embargo, con Martha hubo un pequeño añadido. Justo después de inundarla con la semilla prometida, cargó a la mujer con sus fuertes brazos y la puso de cabeza, de tal manera que los fluidos; que él le hubiese inyectado; se deslizaran por gravedad hasta lo más profundo de su cavidad.

Fue así como el seno materno de Martha fue llenándose de esperma, siendo ésta tan sólo la primera entrega de una serie de irrigaciones que Antoine le brindó esa noche y los días siguientes. Pues para esos días, que supuestamente Martha pasaba en una clínica de fertilidad, según le había dicho a su marido, en realidad los pasaba con Antoine, en el chalet de su amigo Pierre. Prácticamente se fue a vivir con él al nevado, no dejando de comunicarse con su marido periódicamente, claro.

—…sí amor, no te preocupes que el método está garantizado. Sí, los doctores me dan mucha confianza… ya verás, dentro de unos días te voy a llegar con tremenda sorpresa… ya lo verás.

Martha le procuraba cada mañana un almuerzo amorosamente preparado, uno especialmente pensado para que Antoine estuviese bien alimentado, lleno de energía y proteína para las copulas diarias, y las descargas subsecuentes.

Todo fue amor, sexo y entrega de fluidos, hasta que…

—Y ahora ¿qué vas a hacer? —le preguntó Paty.

Parecía que los roles entre ambas amigas se hubiesen invertido. Ahora era Paty quien se preocupaba por la situación de Martha. Ésta por fin estaba embarazada, su deseo más preciado, pero ahora había que explicárselo al marido. Habría que explicarle por qué su hijo sería negro.

—No te preocupes —respondió Martha.

Y así fue, Martha no tuvo que dar más explicaciones de la condición racial de su bebé cuando éste nació, ya que le había advertido a Jorge, su esposo, que los donantes de los espermas eran variados y anónimos. Y si aun así el otro le reclamara, ella estaba preparada para tacharlo de racista.

Fue así como Martha y Paty se convirtieron en madres de sus anhelados hijos.

FIN

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